martes, 11 de noviembre de 2008

Un ilustre jorobado en la Villa del Undoso

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La llanura del Norte de Las Villas semeja el valle del Po. El Undoso, lo mismo que el río Mincio, está desbordado de cuerpos ahogados. Sagua es lo mismo que Mantua. Rigoletto, un jorobado odioso y conmovedor, ha ejercido una venganza que se vuelve contra su propia miseria. Rigoletto, el empedernido adulador, el más cínico de los jorobados, ha fingido para sobrevir, y hasta cierto placer halla en la mascarada. Conozco personalmente a Rigoletto; sé lo que implica hacerse de hierro para que nadie sepa dónde se guarda la médula del dolor interior, tras qué muros se esconde un jardín, la verdadera faz, el secreto de una mueca, el rostro de la hija.



Desde la segunda quincena de mayo de 1919, mientras La Habana gozaba de la quinta temporada operística de la Compañía Bracale, se anunciaban las funciones que a partir del siguiente mes subirían al escenario sagüero del Gran Teatro Santos y Artigas. Hipólito Lázaro, el rival de Caruso y Fleta, era un conocido antiguo en la Villa del Undoso: tres años antes había debutado junto a Amelita Galli-Curci en la misma sala. La pareja escénica de Lázaro sería en esta ocasión la boloñesa Albertina Cassani, que no era ninguna desconocida para sus compatriotas. Había sido alumna de Regina Pacini, y a los treinta años –nació en 1889- poseía un catálogo abundante de grabaciones que incluía placas italianas y norteamericanas. Justo al regreso a Europa, Albertina conocería a Rainer Maria Rilke en un azaroso viaje por ferrocarril a Suiza. La amistad del poeta y la soprano suscitó una prolífica correspondencia que ha sido publicada recientemente en Francia. Albertina interpretó a Gilda en la segunda función[1] de aquel año en el Santos y Artigas. Hipólito Lázaro fue el Duque, frívolo Casanova azote de las doncellas nobles de Mantua. Rigoletto, el cínico bufón burlado por un terrible fatum, sería asumido por uno de los mejores intérpretes del rol para todos los tiempos: el gran barítono Giuseppe Danise.

Danise (Nápoles, 1883- Nueva York, 1963) fue el primer Amonasro en la Arena de Verona[2]. Milán lo acogió triunfalmente como Rolando en “La Battaglia di Legnano” de Verdi. También mereció asumir el primer Malatesta de la ópera “Francesca da Rimini”, de Zandonai, en La Scala. En el Metropolitan Opera House, donde fue contratado a partir de 1921, debutó en “Aida” con la prestigiosa compañía de Emmy Destinn y Giovanni Martinelli[3]. En Nueva York estrenó la ópera “Andrea Chenier”, de Giordano, junto a Claudia Muzio y Beniamino Gigli.

Las grabaciones de “Rigoletto” por Giuseppe Danise todavía consiguen elogios de la crítica a pesar de las décadas transcurridas. Al consabido mérito de la voz del barítono, un timbre extraordinariamente poderoso y bello, se une la vigencia de su técnica. Danise se formó en la órbita de la escuela de canto decimonónica, en la tradición romántica verdiana, pero consiguió preservar los mejores logros del pasado en el momento de transición que le correspondió. Es fascinante la coherencia dramática de su “Rigoletto”, capaz de sobrecoger con los acentos más nobles.

Cortigiani, vil razza dannata…, la imprecación del jorobado subyuga, tal vez porque el instigador de la corte, el cómplice del señor de Mantua, parece lanzar el anatema sobre sí mismo. Víctima de su propio veneno, hasta en la revancha Rigoletto sucumbe a su dualidad, a la naturaleza envilecida del cortesano que ha sido, el padre devoto que hubiese querido ser.

Todavía no he podido hallar fe en la prensa de la época sobre la impresión que causó la creación de Giuseppe Danise entre los espectadores de aquella noche “mantovana” en la Villa del Undoso. Se escuchó aquí un “Rigoletto” que Verdi hubiese amado, a juzgar por la grabación que hiciera dos años antes el barítono napolitano. Danise nos legó, según Rodolfo Celletti, “el Rigoletto más completo que se pueda escuchar en disco”. Las peripecias del jorobado no han envejecido todavía. La voluntad del que se resiste al destino, el que en vano intenta asir los hilos, es el drama de un hombre obligado a llevar disfraces.

La prolija cronología de Carlo Marinelli Roscioni sobre la carrera de Giuseppe Danise en Europa y América no incluye sus temporadas cubanas, mucho menos su presencia en una remota villa fluvial lo mismo que Mantua, con sus duques y bufones, donde fueron a escudriñar a “Rigoletto” una noche festiva y desolada de 1919.

Nota: Pienso asumir seriamente la investigación sobre las presentaciones operísticas acaecidas en Sagua la Grande desde el siglo XIX. Por ahora los informes son incipientes y me conformo con escribir crónicas. Muchas gracias a Luis Iglesias Cavicchioli por las opiniones, por compartir la música de Giuseppe Danise.


[1] La primera ópera interpretada esa temporada en el teatro Santos y Artigas fue “La Boheme” de Giacomo Puccini.
[2] En 1913.
[3] 17 de noviembre de 1920.

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