jueves, 4 de diciembre de 2008

San Juan de los Remedios

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El retorno a Remedios debe transcurrir sobre el camino de hierro, a la manera antigua. El alma en los rieles, balanceándose, dormida pero atenta al sueño de los pueblos pequeños. Así he ido a San Juan de los Remedios, la octava villa de Cuba, como un peregrino medieval.

Ya he descrito el encanto de aventurarse por el camino abierto en 1890: el puente más alto de Cuba hace un siglo, las aldeas casi inaccesibles, el paisaje verdeoscuro que se ilumina a contraluz porque vamos hacia el oriente. Remedios queda donde se levanta el sol.

Hay que salir bajo la noche cerrada. El tren llega a su destino con el alba. Es un viaje proustiano: subyugan los carteles de los viejos pueblos con nombres desusados y misteriosos: Canoa, El Indio, Vega Alta, Encrucijada, La Quinta, Constancia, La Luz, Vega de Palma, Mata, Corazón de Jesús... Finalmente, Remedios. En los andenes se bebe café, ofrecen cucuruchos de maní por un peso, caramelos rompedientes, melcochas. Los viajeros transportan secretos bajo el brazo, en cajas anudadas. Por Camajuaní venden pizzas. Donde no hay estaciones, la gente se abre paso en los trillos con un farol: nadie quiere perder el tren. Los puentes crujen; la vía, resbaladiza por el rocío, como un tobogán, obliga a retroceder algunos tramos.

¿Cuál es el encanto de Remedios? ¿Por qué me aventuro, cada año, al menos una vez?

A la concisión de estas preguntas sólo puedo ofrecer una respuesta sutil: por una atmósfera. El espíritu de Remedios se trasunta en una atmósfera incórporea como un olor, perceptible únicamente al llegar a la plaza mayor después de haber sopesado, desde la ventanilla del tren, las torres de las iglesias, de espaldas al amanecer. Estos son mis campanarios de Martinville. Los que obsedían a Marcel desde el estribo de una calesa en aquel paraje de "Por el camino de Swann". Las torres lejanas y cercanas a un tiempo unívoco.

Tuve excelente cicerone en Remedios. Fui a los aposentos de Caturla, el gran compositor vanguardista; vi el piano con candelabros para las noches del siglo XIX. En el suelo del templo, la losa del presbítero Loyola, el mismo que recibió los elogios de Morell de Santa Cruz, el obispo criptojudío, en 1756.
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Esta iglesia es una fantasía barroca en dorados retablos. En el techo mudéjar hay flores talladas por una mano del siglo XVIII. Los altares, genuinamente churriguerescos, conservan la Mater Dolorosa del llanto perlífero, el cráneo de un olvidado prelado, el Jesucristo yacente, sepultado entre lienzos, un carrillón de campanillas plateadas a la diestra de la genuina Virgen del Buenviaje. La Parroquial Mayor de Remedios es la fantasía de Eutimio Falla Bonet, el benefactor que pagó estos fastos, millonario barroquista.


Cuando a la bahía de Nipe todavía no pensaba navegar Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, ya los remedianos, desafiando la cercanía de los corsarios, habían acogido en la villa a la Virgen del Buenviaje, otra naúfraga. Debe investigarse mejor aquella cosmovisión temprana de los cubanos, el horror por el mar de donde llegaban piratas y huracanes, el consuelo de las vírgenes. No es casual que ambas hayan arribado por el mismo camino, con tanto desamparo, dispuestas a amparar a los desolados insulares. La de Buenviaje mereció un gran templo de sus devotos remedianos, construido a un extremo de la plaza. Sobre la cabeza, aún más alto que la auréola, lleva el escudo de la ciudad. Es la virgen remediana. Por azares de la historia no es también la patrona de Cuba, a la que precedió.


Tan vieja como Trinidad, que presume de añeja, Remedios se densifica en un pasado claroscuro, el más apasionante que pueda exhibir cualquier villa cubana. Fue en Remedios donde se abrió una boca del Infierno por el Mil Seiscientos... Aquí ejerció Joseph González de la Cruz, el gran exorcista que sacó numerosas legiones del cuerpo de la negra Leonarda. Hablo de la famosa pelea cubana contra los demonios, que todavía en el siglo XX ocasionaría un libro de Fernando Ortiz y una película de Tomás Gutiérrez Alea. Remedios es la patria del célebre Güije de La Bajada, terrible criatura que solamente se deja cazar por siete Juanes en la noche de Navidad; por Remedios sale la Llorona del Seborucal, cuyo grito hiela el corazón para siempre.

Más allá de Remedios está Caibarién, la ciudad que le sirve de puerto, donde los barcos no pueden llegar a causa del fondo, tan bajo que se puede caminar entre las islas. De ahí sale el tren que me devolverá a la Villa del Undoso, la Sagua querida del río inmenso. En la playa de Caibarién hay una piedra belicosa que es un cangrejo, una caracola donde se oye el rumor del tiempo...

Voy a Remedios, vengo a escucharlo.
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7 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Qué belleza, Maykel.
Deuda cancelada, creo.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

MARAVILLOSO!

GRACIASSSSSSSSSSSSSSSSSS

Reinaldo Cedeño Pineda (EL POLEMISTA) dijo...

EStoy muy triste...Ya sabes. Sólo me consuela que no soy los que se rinden al primera, ni a la segunda, ni siquiera al terecra. Y también veré San JUan de lso remedios. Será en el albor del 2009 parq ue ela ño me llegue bien. Tengo mucha suerte con los guías que tendré. Ya , ahora mismo, lo estoy visitando
Reinaldo

Maykel dijo...

Pues parece que esto de Remedios, además de debérmelo a mí mismo, ya era una deuda pública. Pero me faltaron las dedicatorias, y no es tarde para adjuntarlas.
A Animal de Fondo, por haberlo transitado alguna vez en sus andanzas cubanas.
A Astrolabio, por tener una raíz ahí.
A Reinaldo, en lugar del viaje postergado.
Y a Noche, por el amor de los arabescos dorados.

Un abrazo a compartir.
Sigo la línea de la costa...

Maykel dijo...

Por cierto, mirando bien la última foto, ¿quién diría que no estuve pescando en Caibarién?

Anónimo dijo...

gracias por mis arabescos :)

Adrián Quintero Marrero dijo...

No soy un experto (no soy experto en casi nada), pero tengo a mano muy poca literatura capaz de ofrecer crónicas como las de los viajeros decimonónicos. Tú, viajero casi inmóvil, consigues revivir esa páginas necesarias también en la era de Internet. Excelente crónica, digna de antologías.
Pero, mi querido Maykel, permítime decir que no conoces totalmente a Remedios. Para saborear de verdad a esa villa, casi siempre taciturna, hay que despertar en ella el 25 de diciembre, aunque sea en el andén del paradero del ferrocarril. Y entonces, sólo entonces, partir...y regresar en la próxima Nochebuena.