sábado, 21 de marzo de 2009

El Undoso de Plácido. (Nueva indagación en el bicentenario del poeta)

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En 1844, el gobierno del general O’Donnell desarticuló lo que se anunciaba como la conspiración más grande organizada hasta el momento en Cuba: la conspiración de La Escalera. Más allá del suceso político de funesta connotación social, la represión de aquel año acabó de consagrar la leyenda romántica de Gabriel de la Concepción Valdés, el poeta Plácido, cuya biografía, mérito poético y rol de conspirador han sido discutidos con criterios enfrentados durante más de siglo y medio.

El 6 de abril de 1809, un niño “al parecer blanco”, según consta en su partida de bautismo, fue depositado a las puertas de la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. La persona que lo puso a disposición de la caridad pública no podía suponer que el expósito se convertiría en una de las figuras más singulares de la literatura cubana. Así comienza la leyenda placidiana, y ya sabemos cómo concluye: con dos descargas de fusiles en Matanzas. Cuentan que la primera ráfaga lo rozó sin herirlo y bien erguido, en espera de la segunda, exclamó para consternación de la multitud: ¡fuego aquí! ¿Fue Plácido un conspirador? ¿Tuvo su obra legítimo mérito poético, o fue un simple versificador de ocasión como lo presentan sus detractores? ¿Cuándo vino a Sagua? ¿En verdad debemos a su cosecha el epíteto de “Undoso” adjudicado a nuestro río y, por extensión, a la tierra que baña?

A Plácido, por razones cronológicas y estilísticas, se le ubica en la primera generación de románticos cubanos, donde se inscribe también la obra de Heredia, Milanés y la Avellaneda entre las voces más altas de la promoción. Entre ellos, el poeta mulato ocupa un sitio esencial para el devenir de la lírica cubana. Plácido fue un genuino romántico, y si se habla de las desigualdades de su producción, bastante evidentes, deben atribuirse a las deficiencias de su formación y la necesidad de ganarse la vida escribiendo versos por encargo. Estas circunstancias han pesado sobre el juicio que los críticos de otro tiempo le endosaron al poeta, sin embargo, no hay antología de poesía cubana que prescinda de Plácido.

No he podido averiguar de quién procede la primera mención que atribuye a Plácido la designación del río Sagua la Grande como “Undoso” por antonomasia entre los ríos cubanos. El adjetivo, de origen latino, se refiere a la cualidad de moverse haciendo ondas. En el léxico poético del siglo diecinueve fue asaz común usarlo para aludir a corrientes de agua. En la poesía del mismo Plácido, pródiga en ríos, aparecen el “undoso Táyaba” y el “Agabama undoso”; pero, ¿cuántas veces se refiere el poeta al río Sagua la Grande y cuáles calificativos usa? En su poema “Un sueño”, dice Plácido: “Como el Sagua sonoro, que extasiando las almas, nace entre verdes palmas y se desliza sobre arenas de oro”; en otro de sus poemas celebrados por la crítica, precisamente el que nombra su poemario de 1841, “El veguero”, la amada es “pura como los arroyos que entran bullentes en Sagua” y en la compañía del poeta ha de figurar “como del fecundo Sagua en la sonante ribera brilla la flor de majagua.” Hasta aquí los calificativos más frecuentes para referirse a nuestro río, casi siempre de índole sonora. Es en la oda dedicada a la condesa de Merlín donde Placido usa un compuesto probablemente de su cosecha que remite a la condición ondulante emparentada con el adjetivo “undoso”. Dice el poeta: “El Sagua ondisonoro que del alto Escambray nace a las plantas mostrando en sus riberas, flores tantas como arrastra en su fondo arenas de oro.” Este “ondisonoro” placidiano, es un análogo semántico del adjetivo “undísono”, propio de la retórica poética de la época, y procedente del latín: “dicho de las aguas que causan ruido con el movimiento de las ondas”. Sobre la visita a la villa que contribuiría a bautizar por su condición fluvial, se sabe por el permiso de viaje expedido en Matanzas y refrendado luego en cada una de las poblaciones donde hizo estancia el viajero, que Plácido se presentó a las autoridades de Sagua el 4 de marzo de 1843. En la exposición elevada al gobernador de Matanzas al año siguiente con el fin de obtener clemencia se refirió a su “malhadado viaje a Sagua”. Sin embargo, algunos años antes, en 1840, el poeta había hecho otro viaje similar. Fue en esta primera incursión por la comarca sagüera cuando Plácido tal vez haya conocido personalmente al trashumante Francisco Pobeda y Armenteros (1796-1881), “El Trovador Cubano”, poeta de estirpe guajira a quien se considera fundador de la tendencia criollista en el ámbito del romanticismo cubano. Lezama, en una conferencia sobre Plácido, aludía a las controversias poéticas a la usanza campesina que sostuvieron ambos poetas. Pobeda vivió casi toda la vida junto al Undoso. Murió en Sagua, el 21 de mayo de 1881.

A pesar de los ciento sesenta años transcurridos desde la visita de 1843, los sagüeros no hemos perdido de vista a Plácido y podemos encontrarlo en cada rumor del río amado, en cualquier recodo de la antigua calle de las Musas que se llama “de Plácido” desde 1899 en honor del poeta que atribuyó a su oficio la más hermosa aspiración del hombre a la inmortalidad.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi escuela Secundaria Básica estaba en el antigua parque de las lavanderas, hoy llamado del Santo Cristo del Buen Viaje, por la iglesia. A unos metros de la entrada hay un monumento a Plácido. En uno de esos concursos, delicia de los metodólogos de turno, me tocó averiguar la historia del poeta. Recuerdo haber sufrido mucho con lo de la Conspiración de la Escalera y el castigo....

"...Y así, mundo, si estoy equivocado,
Bien puedes perdonar, pues todavía
De Castalia las aguas no he probado."

te beso

Libélula

Maykel dijo...

En mi pueblo hay una calle Plácido, que antes se llamaba Musas. Las casas viejas huelen a versos de florilegios del siglo XIX. Y cuando voy por el Undoso se me aparece el fantasma del poeta al pie de la escalinata que da al río, hurgando en las arenas de oro...
Te beso yo,
el Nictálope.