lunes, 6 de mayo de 2013

Un tren hacia la plusvalía


Me fui a Camagüey en tren. La aventura casi duró nueve horas en un coche precario, tercermundista. Se acentuó la noción marginal del viaje cuando pasamos frente al Monumento del Tren Blindado, sitio de peregrinación en la Santa Clara guevariana: los turistas, de seguro europeos, perdieron interés en el histórico tren que descarriló el Che y empezaron a fotografiar, en frenesí de flashes, el perfil de mi tren desbordado de pasajeros. Era un tren de estudiantes, un transporte gratuito que la universidad dispone para devolver a sus becarios a las provincias cercanas. Los europeos, sorprendidos y regocijados, seguían al dinosaurio con miradas y lentes ávidos. Me molesté. Éramos las simpáticas bestias de un zoológico humano -así nos vieron-, y algunos saludaban en respuesta a los adioses que les obsequiaron los pasajeros.  Pronto abandoné el proyecto de escribir una crónica de viaje: más allá de Sancti Spiritus casi no había pueblos, los que cruzamos eran pequeños y miserables. Recuerdo apenas un hotel ecléctico bastante grande, en ruinas frente al parque de Majagua. En Guayacanes –una aldea que desconocía- subsisten unas casas norteamericanas. Piedrecitas posee la única estación de la Cuba Railroad que perdura en el itinerario. Y no tengo nada que referir de Gaspar. Los motivos cronicables de estos pueblos no rinden más de una línea por cada uno. 

A mi regreso conté algunos incidentes del viaje a Esteban, un amigo emigrado hace pocos años a Alemania. Pensé que él pasaría el tema por alto o deploraría el atraso de nuestros medios de transporte y se limitaría a preguntarme por la salud de mi familia en Camagüey. Esteban, sin embargó, se entusiasmó con el tema ferroviario: ¿quedan trenes  en Cuba? ¿cuánto cuestan los pasajes? ¿demora el viaje? Cada pregunta me desconcertaba más. Me describió luego, con amena precisión, el confort y la puntualidad de los trenes germanos, cuyas virtudes pude recrear evocando algo que leí una vez sobre el TGV francés. La pasión ferrocarrilera de Esteban arreciaba, y yo estaba tan desconcertado que lo encaré.  ¿Y por qué te interesan tanto los trenes? –pregunté-. Su respuesta podría figurar en una antología de la enajenación, sobre todo porque viene de un cubano de mi generación, viajero de trenes precarios toda su vida, endeble viajero por naturaleza, que ha tenido que pugnar con los inconvenientes de su otredad en Alemania, pragmática locomotora europea. 

El ferrocarril –razonó Esteban- podría convertirse en un sector muy rentable, un buen destino de inversiones cuando caiga el socialismo en Cuba.

No respondí, cambié de tema. ¿Cómo argüir con mi lógica antigua, ridícula a su juicio? Me reafirmé, eso sí, en mi vocación anticapitalista. Uno de los peores mitos del capital es, precisamente, que todos pueden acceder a la riqueza. La clave para conseguirlo la disimulan hasta dónde pueden: se trata de hallar algún expediente para esquilmar al prójimo, y no suelen confesarlo. Ese método lo asumen algunos ingenuos como razón natural y ética, una buena receta para medrar. Mi viaje tercermundista por pueblos exhaustos no suscitó siquiera una reflexión pesimista o poética, sino la urgencia de reformarlo todo para obtener ganancia. ¿Cuántos más hábiles y adinerados, experimentados ya en estos lances, no aguardan la oportunidad de reconstruir el país para su provecho?

Caramba, Esteban, que la plusvalía de Marx sí existe. Prefiero tener mis manos a salvo y continuar viaje hacia las desiertas planicies.


1 comentario:

Animal de Fondo dijo...

Querido Maykel, me ha encantado esta entrada de tu blog. ¿Dónde se quedó aquel blog colectivo que nos hace falta? Ojalá llegue con la fibra.
Llevo varios días obsesionado en cómo explicar lo que de alguna manera cuentas. Viajas en un tren antiguo, ocupado por demasiadas personas. Los trenes españoles viajan vacíos de eso. Aquí están repletos de seres a los que se ha lavado el cerebro, incapaces de amistad, amor y compañerismo. Y todo eso lo aceptan como un progreso hacia la competitividad, aunque tracionen a su clase, a la que desconocen pertenecer. Lo que no aceptan es que la libertad humana no es capacidad de elegir, sino capacidad de tener el control de la propia vida junto con la capacidad de ver la realidad. Eso se llama verdad.
¿Cómo explicar a todo el mundo que el avance esencial de la Revolución no está en las cosas sino en la mente de infinidad de cubanos? Mentes libres, incapaces de ser comprendidas por mentes esclavas.